Los dinamiteros, Paco Sierra
y Emilio Schetelige
Su ambición
lo llevó a ser, por 18 años, el mejor cantante de las cárceles mexicanas.
Paco Sierra se había casado con Esperanza Iris en 1938 cuando ella casi le doblaba la edad. Elevó su nivel de vida, se le abrieron las puertas de grandes escenarios no sólo aquí sino en el extranjero; la gran artista le abrió generosamente la cartera y lo introdujo en el exclusivo círculo de los triunfadores, como lo era ella. Pero Paco quería más... y pronto.
Se asoció con Emilio Arellano Schetelige en los más locos proyectos. Y como no fructificaron, decidieron por uno que acabó con todo.
Paco Sierra Cordero nació en Chihuahua el 12 de septiembre de 1910 cuando ya Esperanza Iris tenía 22 años; había nacido en 1888 en San Juan Bautista, hoy Villahermosa y se llamaba María Esperanza Bonfil.
A los
20 años Paco era contador privado, hablaba inglés y estudiaba violín
y canto en el Distrito Federal con los maestros Pierson y David Silva,
padre del actor del mismo nombre. Esperanza ya era una diva de 42 años.
Se le conocía como “La Reina de la Opereta”.
Las
oportunidades había que buscarlas en todas partes y Paco tocó todas
las puertas y se coló por cuantas se lo permitieron. Así llegó cerca de
doña Esperanza, que ya tenía un teatro con su nombre que fue inaugurado
en 1918 por don Venustiano Carranza. Le cayó bien aquel violinista y empezó a protegerlo; le gustaba su figura varonil, su soltura y su ambición.
La vida parecía ir sobre ruedas, pero Paco no cejaba de buscar por su parte el negocio que lo liberara de la tutela matrimonial y la dependencia económica. Y para complicar su situación, en 1949 se enredó con la guapa empleada doméstica de la casa, Concepción Manzano, con quien tuvo un hijo, lo que enfureció a Esperanza.
Hubo problemas en el matrimonio y Paco organizó un viaje a Estados Unidos para comprar un coche para la diva. Al regresar, en Nuevo Laredo un individuo lo abordó y le dijo: “Quihubo paisano”. Resultó ser Emilio Arellano Schetelige, de turbio historial, quien ya no se le despegó.
Dos años después Arellano le propuso el negocio de su vida, se llamaba “Post Mortem S.A.”. Hasta lo convenció de planteárselo al mismo don Fidel Velásquez, ya para entonces pastor del obrerismo mexicano. (Paco fue a prisión dos décadas, salió libre, rehízo su vida, murió... y don Fidel seguía).
Paco y Emilio tenían algo en común: querían ser ricos a cualquier precio.
Emilio Arellano Schetelige era chihuahuense como el artista. Se convirtió en amigo de Paco, auxiliar, secretario, cobrador, pagador, y posiblemente hasta confidente.
Nació
en 1904, sus padres Lorenzo y Matilde tenían predios mineros y tiendas.
En 1923 vinieron al Distrito Federal. Emilio trabajaba en Ferrocarriles Nacionales, pero pasó a la Tesorería del Distrito como inspector de peritos valuadores cuando a su padre lo nombraron oficial mayor. Ese mismo año murió Lorenzo y poco después Matilde.
Arellano se casó en 1925 con María Elena Villalba y en 1926, con su hijo Emilio recién nacido, se fueron de México y él trabajó en carreteras. Estuvieron un tiempo en Detroit donde se empleó en una fábrica de coches y en Chicago, donde aprendió a manejar dinamita y obtuvo un título de químico industrial.
De vuelta en México, en 1933 tuvieron una hija, María Elena. Arellano trabajó en Ferrocarriles, como valuador en el juzgado primero civil, en el Banco de Obras Públicas, en la construcción de la carretera México-Acapulco, vendió tractores durante la Segunda Guerra Mundial, como perito en la PGR y se ostentaba como “ingeniero en minas”.
Por esa época empezaron los problemas serios de Arellano, que lo llevaron a comisarías y prisiones, aunque siempre por poco tiempo. Gastaba más de lo que ganaba y el fraude fue su pasatiempo. María Elena volvió a la PGR, donde era secretaria cuando se casó.
Emilio compraba y vendía de todo y tuvo problemas serios por incumplimiento. Uno de ellos fue en Nogales, Sonora, donde Demetrio Kiriakis lo acusó de pagarle una remesa de madera con un cheque sin fondos. La demanda durmió hasta que el 4 de julio de 1943 Clemente Morales Alesio, encargado del cabaret Río Rosa lo acusó en el Distrito Federal por girar cheques sin fondos y lo hizo detener.
Lo procesaron en dos juzgados y pagó fianzas de 10,000 pesos y 7,000 pesos para salir libre y no ser enviado a Sonora. El 16 de julio de 1947 estaba otra vez en la calle. Y volvió a las andadas. En 1946 había muerto Emilio hijo, atropellado por un coche.
En 1949 conoció a Paco Sierra y le propuso varios negocios en los que el artista iba ganando experiencia, mientras su socio resolvía el problema económico. Finalmente Emilio Arellano ideó “Post Mortem”.
A Paco Sierra le salió cara esa sociedad, porque mientras él viajaba con la Iris, el socio se encargaba de todo aquí y gastaba buenas sumas de dinero que, obviamente, aportaba Paco mientras que Emilio sólo ponía “su experiencia”.
La empresa pretendía encargarse de sepelios, de todo a todo, de grupos de trabajadores que se inscribieran en el sistema por dos pesos mensuales. Para eso necesitaban el visto bueno de Fidel Velásquez. El entonces joven líder los envió con su segundo, Jesús Yurén, y éste les pidió un proyecto por escrito y un borrador del contrato. Pero no regresaron. Al parecer la idea de Emilio no era precisamente cumplir, sino empezar a recoger dinero.
SURGE EL PLAN
Entonces surgió el gran proyecto. Nunca quedó claro de quién fue la idea. Si de Emilio o de Paco, o de ambos. Los dos se echaron la culpa después. El asunto era sencillo, contratar gente para trabajar en Oaxaca, asegurarlos por elevadas sumas y poner una bomba en el avión en el que viajarían. Y cobrar.
Como siempre, el cantante puso el dinero y Emilio se encargó de todo. Acudió a compañías de seguros y obtuvo los documentos para dar legalidad al plan. Trató con el agente de seguros Eduardo Noriega y tomó su nombre para “contratar” a los trabajadores que irían a Oaxaca. Mediante anuncios en los diarios ofreció el trabajo y cuando tuvo a 5 prospectos no vaciló en incluir a su tío Ramón Martínez Arellano, a quien hizo venir de Chicago para que fuera pieza clave de la trama. Iba a llevar la bomba, sin saberlo.
Emilio llevó a los escogidos a las compañías aseguradoras a comprar seguros de vida por 200,000 y 300,000 pesos, en total, casi 2.000,000 de pesos. Como beneficiarios se puso a gente de la absoluta confianza de Paco Sierra: su ama de llaves Sara Gutiérrez Tenorio, su amante Concepción Manzano y su amigo Hermenegildo Mondragón Ramírez.
El viaje a Oaxaca se planeó para el 22 de septiembre de 1952, pero como el tiempo no era tan malo, se pospuso para el 24 de septiembre. La idea de Emilio era que la bomba estallara en pleno vuelo, pero que se supusiera que el accidente fue provocado por el mal tiempo.
Para esto aprovechó sus conocimientos en explosivos.
Fascinado por los arreglos de su socio, Paco Sierra cometió la imprudencia de acompañarlo a comprar algunas cosas y preparar el reloj; se dejó ver por los empleados de las tiendas.
El químico preparó el artefacto en el cuarto de sirvientes de su casa de Baja California 11. El portero Miguel Ramírez dijo que se encerró allí dos días. Para no preocupar a su familia provocó un pleito con María Elena y ésta lo corrió de su cama.
Dijo que se iría al cuartito y ahí se quedó, pero en lo suyo. Se dijo después que se iba al campo para probar en despoblado el estallido de la dinamita.
Arellano pensaba en todo, escogió esos días por el mal tiempo. En el cuartito juntó los elementos: una batería de coche, el reloj, seis cartuchos de dinamita, mechas, sustancias químicas, detonantes, cables de luz y una caja de madera fina. Todo lo metió dentro de una maleta de piel y llevó otra igual para su tío.
El miércoles 24 todo estaba listo. El avión DC-3 de la CMA saldría a las 7 de la mañana. Emilio aprovechó la confianza de su pariente para cambiarle las maletas.
Eran otros años los cincuentas. No había atentados ni medidas de seguridad extremas. Las maletas no se revisaban. La bomba fue a dar directamente al compartimiento de equipajes que llevaban 17 pasajeros y 3 de tripulación; el capitán Carlos Rodríguez, el copiloto Agustín Jurado y la azafata Lilia Novelo.
Los asegurados eran el colombiano Ezequiel Camacho Novoa, Jesús Flores Bretón, su esposa Carmen Castillo de Bretón, la sobrina de ésta, Yolanda Hernández Castillo, quien era esposa de Ezequiel y Juan Vargas Vera. Este último decidió un día antes que lo acompañara su pariente Esther Magallanes Orozco, quien no fue asegurada.
Se les dijo que trabajarían para una empresa gringa que haría obras para Ferrocarriles. Además iban otros diez pasajeros, la mayoría estadounidenses.
El artefacto explosivo había sido preparado para que estallara una hora después de la salida, cuando el avión iba a mitad del camino a Oaxaca. No contaron los dinamiteros con que la nave saldría con 45 minutos de retraso.
Cuando el DC-3 llevaba 15 minutos de vuelo y todavía no llegaba a su máxima altura, estalló la bomba. Hizo un hoyo de 60 centímetros de ancho y el doble de largo en la parte del compartimiento de equipajes, bajo la cabina de mando. Varias maletas cayeron.
El copiloto usaba otras para tratar de tapar el hoyo y evitar que el aire que entraba dificultara las maniobras del piloto para mantener el control. La azafata con la ropa hecha jirones a causa del estallido, iba de un lado a otro tranquilizando a los pasajeros que se veían morir.
Algunos intentaron romper las ventanillas o abrir las puertas para lanzarse al vacío. Veían humo y suponían que la nave pronto sería una bola de fuego.
Fueron por lo menos 20 largos minutos de maniobras en un cielo completamente brumoso. Rodríguez sabía que no podía regresar a México porque la nave no resistiría dar la vuelta. Tampoco Veracruz era opción porque estaba lejos.
Pero además no había mucho qué hacer porque no se veía nada y la radio se descompuso. La tripulación seguía medio tapando el hoyo, aplacando a los pasajeros y buscando una salida. Las nubes eran una barrera.
De pronto -Rodríguez diría que fue la Providencia- un claro apareció en la bruma y vio tierra. Se metió por allí y después se le presentó el panorama con claridad; se dio cuenta que estaba cerca del Aeropuerto Militar de Santa Lucía y hacia allá se dirigió.
Rodríguez
era un veterano de la Segunda Guerra Mundial. Perteneció al Escuadrón
201 que se sumó a las fuerzas aliadas contra los alemanes. Estuvo en Europa
en combate y de allí su pericia y sangre fría para enfrentar momentos
de peligro.
Aunque
maltrecho, el avión aterrizó en Santa Lucía sin pedir permiso. Un batallón
de soldados con los rifles listos lo rodeó de inmediato, pero al ver
que tenía tremendo agujero y echaba humo por varias partes, abandonaron
las armas y fueron a prestar ayuda. El copiloto abrió las portezuelas
y los soldados bajaron a los pasajeros; dos presentaban quemaduras
en varias partes del cuerpo.
Durante las investigaciones se supo que el hombre que agitó la petaquilla que guardaba la bomba fue el polaco Eugenio Pologvsky. Fue quien la hizo estallar en pleno vuelo. Luego se confirmó que el saldo de ese percance fue de varios quemados y un muerto: el propio extranjero, quien saltó al vacío y cayó en un paraje veracruzano. Su poli traumatizado cuerpo fue encontrado en las cercanías de Zozocolco, Veracruz. El polaco había obtenido un seguro de vida por 300,000 pesos en la compañía La Provincial, dinero que no se entregó a los beneficiarios al comprobarse que la caída de Eugenio no fue un accidente, sino un suicidio.
Todas las policías acudieron al lugar en cuanto se supo la noticia. Silvestre Fernández fue encargado por la Procuraduría del Distrito de investigar lo ocurrido. Lo primero que encontró el experimentado detective fue la anotación de que siete boletos fueron comprados por “Eduardo Noriega, empresario de Estados Unidos”, que tenía como representante en esta ciudad al “ingeniero” Emilio Arellano. Seis de esos pasajeros tenían seguro de vida.
El detective
buscó a Eduardo para saber de qué se trataba. Y se dio con la sorpresa
de que ese no era el Eduardo que los asegurados reconocían. Y se lanzó
contra Emilio Arellano. El asunto empezó a aclararse cuando la familia
habló de sus conocimientos en explosivos, de su encierro de dos días,
de las maletas iguales. Y cuando los pasajeros describieron al hombre
que los contrató.
Para
el 25 de septiembre ya había orden de aprehensión contra el acusado y
sus señas las tenían todas las policías de México. Su nombre apareció
en todos los periódicos. Y con él, surgieron las menciones del cantante
Paco Sierra por lo de “Post Mortem” y porque muchos sabían de sus relaciones.
Fueron sólo menciones al principio. Pero no faltaron las afirmaciones
de que Paco había tenido algo que ver en todo esto.
Paco
Sierra decía que con la entrega de documentos comprometedores, a la
Procuraduría General de la República, demostraba “su inocencia”
en el atentado dinamitero.
Hubo
una reacción favorable en la opinión pública. La figura de Esperanza
Iris seguía dando sombra al ambicioso barítono chihuahuense.
Pero
fueron sólo pocos días, el 29 de septiembre, después de esconderse en
Puebla y tratar de abordar un barco en Veracruz, Emilio Arellano fue
presentado a la policía por su hermano. La Compañía Mexicana de
Aviación había ofrecido 10,000 pesos a quien detuviera al dinamitero,
pero nadie cobró la recompensa. Emilio lo dijo todo. Culpó a Paco
Sierra. El cantante fue detenido cuando llegó al aeropuerto en su Cadillac
azul para abordar un avión rumbo a La Habana. “Voy y vengo, no me tardo”,
dijo a los agentes, pero no le creyeron...
EL COMPLOT
Paco negó toda culpabilidad. Insistió en ser otra víctima de Arellano. Pero en violentos careos en el juzgado su cómplice lo apabulló. Y los empleados de las tiendas -Joaquín Ruiz, de la joyería de Isabel la Católica 3, fue el más contundente-, de las compañías de seguros, los beneficiarios de éstos, declararon en su contra y confirmaron que el barítono intervino en todo y se iba a quedar con la mayor parte del dinero.
El chofer
Héctor Martínez Tamayo confesó que tras el accidente su patrón,
Paco Sierra, lo envió a buscar a Sara Gutiérrez y Concepción Manzano
para que no dijeran nada.
Paco
tuvo, por fin, que confesar.
Sólo Esperanza Iris siguió creyendo en su inocencia. El expresidente Emilio Portes Gil le ofreció su apoyo moral. El juez Clotario Margali fue bueno, le dio 9 años de prisión al cantante, y 30 a Arellano, quien se perdió en la oscuridad de la prisión y murió sexagenario. Pero lo de Paco fue más allá.
Los abogados pagados por Esperanza Iris quisieron cumplir con ella y rescatar de la prisión lo más pronto a su esposo. Apelaron de la sentencia del juez y se fueron a un tribunal que la modificó. En lugar de 9 años de cárcel, le dieron 29 años.
Paco
por poco se muere. Y Esperanza empezó a morir ese año de 1958. El 8 de
noviembre de 1962 falleció.
El cantante
se enteró en Lecumberri de la muerte de Esperanza. Sobre el féretro
de la famosa cantante descendió a la tumba una orquídea blanca que
desde el penal le envió Paco Sierra. Dentro
de la transparente caja que guardó la orquídea, de su puño y letra, Paco
escribió: “Para mi reina, con el amor infinito de mi infinito dolor...”
El barítono intensificó su labor cultural en el penal, donde tenía grupos musicales, coros, elencos teatrales y mariachis. El 11 de noviembre de 1965 lo pasaron a la Penitenciaría de Santa Martha, en Iztapalapa.
El 1o. de junio de 1971 salió libre gracias a las reformas legales introducidas en el gobierno de Luis Echeverría, que tomaban en cuenta el trabajo en prisión, la buena conducta y el tipo de delito para quedar en libertad antes de cumplir el total de la sentencia. Ya se había casado con María Esperanza Bautista, con quien llegó a tener cinco hijos. De regreso a su hogar, en Villa Olímpica, brindó con su familia por “el final de la pesadilla”. Y volvió a cantar aunque ya no en los grandes escenarios.
Paco Sierra murió el 26 de noviembre de 1988 sin haber logrado sus sueños de estrellato. Fue sepultado en el panteón Parque Memorial.